Existe una tendencia bastante extendida en algunos ámbitos de encontrar innumerables virtudes en aquellas cintas que se desvían del cine de corte más convencional (y muchas tópico, para que negarlo). La verdad es que yo no termino de comulgar con esa creencia, pero sí que me interesa encontrar películas con ciertos toques de excentricidad y originalidad que me saquen del aburrimiento. El problema surge porque ni muchos menos todas esas propuestas pueden alcanzar resultados plenamente satisfactorios, pero lo curioso es que las últimas tres películas que he visto cuadran perfectamente en este campo.

Extrañas Coincidencias supuso el regreso a la dirección de David O. Russell tras la notable Tres Reyes y para la ocasión quiso desmarcarse de lo que uno esperaría en un primer momento. Una extraña historia de un joven que contrata a unos detectives que resuelven problemas existenciales, pero que causaran muchos más problemas antes de poder proporcionar o no un remedio al problema. Lo malo es que el asunto se le escapa de las manos con una historia que oscila entre las ocurrencias simpáticas (el personaje de Mark Walhberg, el contra todo pronóstico mejor de la función, y su obsesión con el petróleo) y los momentos erráticos e incomprensibles (la previa a cierto encuentro sexual). Con una duración más modesta las irregularidades hubieran sido más perdonables, pero esos 15-20 minutos de más que tiene acercan peligrosamente el conjunto al suspenso. De todas formas, hay alguna buena actuación más por ahí (aunque también hay mucho desaprovechamiento de otros intérpretes) y consigue sortear el aburrimiento. Curiosa, pero jodidamente fallida.

Hace tiempo que tengo a Charlie Kaufman por un genio indiscutible, pero eso no me impide decir que su guión para Confesiones de una mente peligrosa era el gran lastre de la ópera prima de George Clooney. Dicho manchón en su historial (maravillas como Adaptation o Eternal Sunshine of the Spotless Mind lo compensan con creces) y los constantes comentarios sobre lo fallido del conjunto de Human Nature me decidieron a no verla en cine (algo que sí hice con el resto de las cintas con guiones suyos). Y la verdad es que tenía razón el resto del mundo. La historia de la mujer con problemas de crecimiento capilar en todo el cuerpo, el hombre que se había criado como un simio, el científico presuntamente idealista y la ayudante seductora está plagada de pequeñas ideas fascinantes como mostrar a unos ratones comiendo con tenedor o la obsesión del personaje que interpreta Rhys Ifans con el sexo. Lo discutible es todo lo relacionado con el personaje de Tim Robbins y sus reflexiones post-mortem, lo difícil de entender del radical cambio de personalidad de uno de los personajes (aunque eso se remedie más tarde) y la sensación de cierta previsibilidad en muchas de las acciones, siendo esto lo más imperdonable. El conjunto es peculiar y entretiene, pero hace aguas por varios sitios.

Más discutible puede ser meter a Woody Allen dentro de este saco de cine más peculiar, pero teniendo en cuenta que La Última Noche de Boris Grushenko forma parte del comienzo de su obra espero que cuele. La idea de Allen como soldado poco dado a combatir es jugosa a priori, pero lo disparatado del segundo tramo (a mi juicio poco explotado, ya de tirar por algo tan alocado hay que extremarlo) de la película y ciertas reflexiones fuera de lugar en voz alta emborronan el conjunto. El Allen actor sigue su línea y es el estupendo personaje de Diane Keaton junto a ciertos gags impiden que uno se aburra viéndola, pero es su reducido metraje (no es casualidad el orden de análisis, ya que la duración se va reduciendo de forma paulatina según el caso y el interés global aumenta) lo que la salva de la quema de entrar en la lista de cintas poco interesantes de Allen como la flojísima Celebrity o la endeble Todo lo demás.

En definitiva, tres películas para nada despreciables, pero sí lejanas de las cotas de calidad que podían haber alcanzado de haberse pulido más el conjunto, pero bueno, se aceptan como caldo de cultivo para proyectos superiores y se disfrutan de los ocasionales retales de genialidad. ¿Acaso nos queda otro remedio?