El remake de Las Colinas tienen ojos ha gozado de muy buena aceptación, pero cuesta aceptar los comentarios elevándola por encima del original de Wes Craven cuando durante buena parte del metraje sigue los mismos caminos que uno de los mejores trabajos del artífice de Pesadilla en Elm Street. Además, esta nueva versión obvia uno de los elementos más interesantes del original (su inspiración en el caso real de Sawney Beane ) para abrazar el fácil recurso de las mutaciones como poco estimulante ejercicio de crítica al gobierno norteamericano amén de elemento intensificador del impacto terrorífico de los matarifes. Pese a todo, el bagaje general es de una notable (aunque inferior a la de Craven) película que gana enteros en su tramo final, que es cuando realmente se decide a contar algo (relativamente) nuevo.

Edito: Ante la remodelación de Elpaisliterario esta crítica concreta ha desaparecido, así que la pego aquí, ruego se excuse la ausencia de fotos:

Siempre he sido un gran apasionado del cine de terror y el subgénero que abarca las atrocidades que cometen los diferentes psychokillers de turno es mi mayor debilidad, aunque no me cueste reconocer la cantidad de bodrios que se han hecho. Uno de los directores que más destaca dentro de esta modalidad es Wes Craven, muy conocido por ser el “padre” de Freddy Krueger, pero a lo largo de su carrera nos ha presentado a otros psicópatas como el protagonista de Shocker o la familia asesina de Las colinas tienen ojos. Viendo el actual panorama hollywoodiense era sólo cuestión de tiempo saber qué película era la elegida, ya que los excelentes resultados, tanto comerciales como artísticos, de las nuevas versiones de La matanza de Texas y Zombi invitaban al optimismo. Finalmente, la elegida fue la segunda película de Craven, realizada tras su sobrevalorada La última casa a la izquierda, y tras varios meses de desfase respecto a su estreno en USA ya hemos podido disfrutarla.

El primer gran acierto de esta nueva versión es el fichaje para la dirección del francés Alexandre Aja, nombre poco conocido para muchos, pero uno de las realizadores más esperanzadores para los seguidores de este tipo de obras, ya que con Alta Tensión, su anterior filme, dio sobradas muestras de talento para revitalizar este tipo de producciones, en especial en lo referente a la creación de una atmósfera agobiante. Por desgracia para muchos, Aja malograba en parte los méritos de aquella película con una resolución francamente decepcionante, por lo que su fichaje para Las colinas tienen ojos era visto como una oportunidad de oro para ofrecer una cinta redonda. El original es una muy buena película que se caracterizaba por el ambiente malsano y por la estupenda presencia del poco valorado Michael Berryman como uno de los integrantes de la familia de matarifes, pero presentaba ciertas deficiencias, algunas producto de su escaso presupuesto, otras de un guión no del todo atinado –su excesivamente brusco desenlace-, lo cual hacía pensar en una de esas raras ocasiones en las que la nueva versión supera al original. Lamentablemente no ha sido así.

El cineasta francés realiza un muy apreciable ejercicio de estilo a lo largo de todo el metraje, impidiendo en todo momento el aburrimiento del espectador y superando con creces la labor desempeñada por Craven, pero ciertos fallos de raíz se revelan insalvables por su parte. El más destacable es la apuesta de la película por convertir a la familia de psicópatas en unos mutantes, resultado de pruebas nucleares llevadas a cabo por el ejército norteamericano en la zona, lo cual da pie a una lectura de la película como una crítica a la política gubernamental de ese país, pero donde unos ven eso yo veo una mera excusa para dotar de un aspecto inquietante a los psicópatas. En ese sentido, el filme sigue la línea de producciones como la simpática Km. 666 de presentar un mal amorfo, que impacta más por su aspecto físico que por las atrocidades que cometen –matizar que en ese punto concreto la cinta de Aja es muy superior- y denota la incapacidad de los responsables de encontrar a actores cuya mera presencia ya transmita malas vibraciones al espectador. Por ahí se le empieza a escapar la película a Aja, ya que ese facilón recurso le resta empaque a la matanza, amén de alejar de forma definitiva la historia del caso real del escocés Sawney Beane y su familia, de la cual bebía con acierto la película de Craven.

No obstante, la mayor pega que hay que ponerle a Aja es que ha sido incapaz no sólo de igualar el aire enfermizo del original, sino de mejorar lo que ya nos había ofrecido en Alta Tensión. Sería estúpido negar el buen pulso con el que lleva el avance de los acontecimientos, pero las posibilidades de ambientación que ofrece la acción sólo son verdaderamente aprovechadas por Aja cuando decide alejarse del esclavismo hacia el original para ofrecernos unos últimos 20 minutos bastante más efectivos. Es en esos minutos cuando Aja sabe estar a la altura, ofreciendo interesantes variantes que sólo pueden llegar a chirriar un tanto por la súbita transformación de uno de los personajes, pero, pasando lo que pasa, eso se convierte en algo perdonable. En el resto del metraje resulta imposible eludir la comparación con la cinta original y ahí sale perdiendo. Cierto que el estilo seco y contundente de Aja se mantiene para la ocasión, pero el clima de las acciones apenas resulta un pálido eco del tono malsano de la de Craven. Es por esto por lo que Las colinas tienen ojos se sitúa por debajo de las prestaciones del pequeño clásico de los setenta, ya que, aunque para algunos la importancia de estos factores es mucho más relativa, éstos son los únicos puntos en los que está por debajo de forma llamativa.

Los actores no son un factor decisivo en estas producciones, salvo que algún actor destaque por alguna anomalía física como el ya mencionado Berryman –el actor que se ve en el póster de la cinta original-, el cual arrastraba una enfermedad desde joven que le dotaba de una peculiar estructura ósea en su cabeza. No obstante, las comentadas mutaciones son el arma de doble filo con el que juega el filme, ya que, por una parte, son harto eficaces y no hay que ponerle el más mínimo pero a los efectos de maquillaje, pero me sigue dejando la sensación de ser un remedio facilón para epatar a los espectadores fácilmente impresionables. Difícil es juzgar las actuaciones de los integrantes de la feliz familia de psicópatas, pero su presencia no resulta demasiada grotesca –un fallo demasiado común en producciones así- e imponen su ley en sus apariciones en pantalla, lo cual no es poco, pero cuando uno ha visto infinidad de películas de un corte similar siempre ha de exigir algo más.

En lo referente a la familia de pobres incautos que no saben la que les espera destaca la presencia de actores que gozan de cierta fama por papeles de escasa entidad en otras producciones. Por ejemplo, Aaron Stanford, Pyro en las dos últimas entregas de los X-men, compone un acertado hombre reacio a la violencia que se ve desbordado por la espiral de muertes. Un persona recargado de tópicos a la que la actuación de Stanford añade ciertos elementos de interés. También nos encontramos con Emilie de Ravin, la madre soltera de la excelente teleserie Perdidos, en el típico papel de guapa jovencita asustada que poco más que lucir palmito aporta. Más interesante resulta la presencia de Ted Levine como el patriarca de la familia, ya que sus primeros minutos el filme juega con el antagonismo entre la personalidad de su personaje y el de Stanford, los cuales pueden ser fácilmente vistos como representaciones de las dos clases de hombre medio más extendidos, centrándose la película en sus divergencias sobre el uso de armas de fuego. Del resto poco más cabe destacar salvo la presencia de Vinessa Shaw, no porque su interpretación sea buena, sino por ser la principal implicada en uno de los mejores momentos de la cinta, en el cual uno de los psicópatas amenaza al bebé de ésta con un arma, lo cual la obliga a adopta una actitud pasiva nada estimulante.

Lo que al final nos queda con Las colinas tienen ojos es una eficiente revisión de la cinta de Craven, a la cual mejora en varios aspectos, pero sus decepcionantes resultados en ciertos puntos clave la impide superarla. Independientemente a esto, Aja construye un largometraje de suficiente atractivo para considerarlo uno de los pocos capacitados para mantener vivo un género herido de gravedad por la cíclica aparición de subproductos en la línea de la excelente Scream, la cual revitalizó el subgénero, pero a un precio demasiado alto.