Hace mucho, mucho tiempo en unas tierras muy, muy lejanas (bueno, vale, tampoco tanto) los guerreros espartanos eran el arquetipo del soldado perfecto: Fuertes, ágiles, orgullosos, letales y casi invencibles. Tal era el punto de su prestigio y osadía que eran capaces de socorrer a sus aliados en tiempos de guerra enviando un único combatiente para decantar la balanza a su favor. El problema es que llegó un momento en el que el imperio persa quiso una prueba de la sumisión espartana a su voluntad, a lo que Leónidas, rey espartano, respondió de forma negativa (por no decir que se cepilló, al menos en la película, a los enviados persas). Ante tal disyuntiva la guerra parecía la única solución viable, pero la suerte de Leónidas padece su primer contratiempo cuando el oráculo (y los monstruosos seres que lo controlan) se declara en contra de hacer frente a los persas.

No obstante, Leónidas decide frenar a los cientos de miles de persas con un contingente de 300 guerreros espartanos que hace pasar por su guardia personal (juas) para evitar ser detenido por vulnerar la ley espartana. De esta forma, pretende defender las Termópilas, único emplazamiento cuya fisonomía inutiliza la indiscutible superioridad persa en el número de integrantes de su ejército. Leónidas y sus hombres van frenando una y otra vez los numerosos intentos de los hombres de Jerjes de superar sus defensas. Paralelamente, el Consejo espartano debe decidir si apoyar la ofensiva personal de su rey para evitar la toma de Esparta o someterse a las leyes ancestrales que lo impidió en un principio. A partir de aquí, ambas historias avanzan hasta llegar a convertirse en la leyenda (que nadie me venga con nada relacionado con lo histórico, porque no cuela) que ha llegado a nuestros días.

FANTASMADA CON ECOS DE LA REALIDAD

No son pocos los que relacionan inmediatamente el vigor visual que nos propone “300” con el de un videojuego al uso. Tampoco es difícil entender tal unión como una comprensión insuficiente de los mismos al dejar entrever la idea de una hueca espectacularidad que entra por los ojos tan rápido como el cerebro lo olvida. Prefiero dejar de lado ineficaces debates sobre la evolución del medio cinematográfico y centrarme en el resultado de lo que Zack Snyder, principal responsable (dirige, co-guioniza y contó con una inusual libertad creativa para hacer y deshacer casi a su antojo), nos propone: Una fantasmada de tres pares de narices, lo cual no es necesariamente malo.

Lo primero que deja a las claras el filme es su obsesión por convertirse en un hito de la épica cinematográfica usando tal cantidad de recursos exageradores que la eficacia de los mismos es harto irregular. La decisión más criticable cometida por Snyder es un uso tan excesivo de la ralentización de las imágenes que acaba resultando gratuita. Sí que se puede entender su notable uso en las escenas de combate contra los persas (aunque el exceso no suele ser la respuesta más idónea), pero flaco favor se hace a que éstas destaquen cuando en la fase inicial de la función ya se ha abusado de su uso. Y es que equiparar a un marido copulando con su esposa con una batalla de tal calado resulta un error importante. Eso sí, si uno logra habituarse a la sobresaturación de ralentís, esto se hace tolerable y, en alguna ocasión (esos descabezamientos), sí cumplen como un plus de fuerza dramática.

La gran duda residía en lo idóneo que resultaría la construcción de la abrumadora mayoría de los paisajes mediante el uso de pantallas azules (es decir, su inclusión a posteriori mediante técnicas informáticas), ya que evitar la sensación de falsedad en todo momento se antojaba tarea imposible. ¿La solución? Aprovecharlo para crear un toque atmosférico la mar de característico. La primera evidencia reside en la manipulación del cielo (y también cerca del ras de suelo) en los grandes planos generales, donde una extraña neblina (da la sensación de ser una extraña mezcla entre humo, niebla y nube) irrealiza de forma parcial la ubicación de la contienda, en una especie de ¿inconsciente? decisión que vincula lo que vemos con su naturaleza de leyenda. Ni cierto, ni falso, sino un poco de ambas cosas. Lo que me hace pensar eso es que no dudo que el avance de la tecnología de los efectos especiales permite recrear paisajes de belleza abrumadora (aunque, a veces, den tanto el cante que sólo sirvan para fotogramas congelados, ya que en imágenes en movimiento queda en evidencia su ficticio origen), por lo que la sugerente mezcla de feísmo y espectacularidad que nos ofrece “300” debe obedecer a alguna razón.

Quizá el principal problema del filme está en su incapacidad para conseguir el ritmo adecuado. Primero porque es imposible conseguir que una misma batalla (por muy dividida que esté en diferentes avanzadillas es siempre lo mismo, lo único que corregido y aumentado cada vez más) no se haga repetitiva, segundo porque crear una trama política tan obvia, evidente e innecesaria más que como desahogo funciona como bajón de interés notable y tercero porque el cómic no daba para tanto. Cierto que es bastante fiel a la obra de Miller y quizá ahí radique el problema. Podríamos estar ante un mediometraje bastante notable, pero lo que cuenta es el dinero. Ojo, habrá a quien la apuesta por la hiperfidelidad de Robert Rodríguez en la extraordinaria “Sin City” le pareciera un error de base esencial y aquí, en cierto sentido, se juega mejor con la idea de la adaptación, respetando muchos momentos y añadiendo cosas, pero cuando una historia no da más de sí…

Lo más conseguido de la labor de Snyder está en la belleza visual de ciertos momentos como el despeñamiento de algunos soldados persas, el repentino aguacero previo a la llegada de Jerjes y sus hordas o la inmensa lluvia de flechas. Parece injusto otorgarle el mérito cuando son indudables los retoques por ordenador, pero su activa participación en los storyboards deja a las claras que son culpa suya. También hay que achacarle a él la escasa profundidad de los personajes (algo que también sucedía en “Amanecer de los Muertos”, su notable ópera prima) y la incapacidad para crear una historia cargada de épica cuando eso se convierte en su principal obsesión y es que es en los detalles donde puede decirse que Snyder triunfa (la brillantez de ciertos momentos, sobre todo visualmente, la conjunción de la violencia explícita con cierto aire poético que la embellece y “justifica”), pero fracasando en sus tareas mayores. Podría haber sido mucho más, pero no es poco lo que nos da, aunque miedo da lo que pueda hacer con la adaptación cinematográfica de “Watchmen”, donde estos fallos de Snyder deberán ser eliminados de raíz si quiere ser capaz de hacer la primera versión cinematográfica de sus cómics que contente al inigualable Alan Moore.

DIFERENCIAS ENTRE LOS DOS BANDOS

En la línea de lo expuesto con anterioridad, hay que señalar varios aspectos sobre cada bando. Los persas sufren una continúa elevación del tono de exageración que sus tropas desprenden. Los seres se van radicalizándose desde los soldados corrientes iniciales hasta llegar a un orondo ser cuyos huesos han sido convenientemente modificados para actuar como letales cuchillas, sin olvidarnos de atemorizantes gigantes capaces de soportar sin dolor que le atraviesen completamente el bíceps de uno de sus brazos. Además, eso se acrecienta con el oscurantismo visual (algo que incluso padecen situaciones con un corte sexual más que cualquier otra cosa) que presiden las filas persas en los instantes en que Snyder se centra en ellos

Y conviene no olvidar la extraña forma de presentarnos a Jerjes, el hombre que se creía un Dios. Su impresionante (y convenientemente exagerada) altura y la ostentosa vestimenta que luce choca de lleno (bueno, quizá sus ropas no tanto) con unas técnicas de seducción que, dada la equívoca voz con la que cuenta (al menos en la versión doblada de la cinta), no pueden evitar una lectura homosexual de su comportamiento (aunque choca tanto que la sala no puede evitar la carcajada). Este hecho, clara contradicción con la idea de que haya logrado someter a tantísimas personas, nos recuerda que la forma de presentarnos a los persas es una exageración, una completa fantasmada que obedece a las necesidades discursivas del relato: Los persas son un enemigo descomunal que va mutando (de soldados a monstruos cada vez más temibles) su forma según las diferentes líneas de combate van sucumbiendo. El realismo de esa decisión parece inexistente (al menos hasta cierto punto), aunque luego haya irritado a muchos, algo de lo que hablaré más adelante.

Por su parte, el ejército espartano posee un look más luminoso, aunque con cierto colorido terroso que un servidor entiende como una forma de asignar / reforzar su carácter de héroes de la función (aunque luego las características de los espartanos hagan necesario matizar ese hecho) lo primero y su carácter de guerreros lo segundo. Las escasas variaciones en el plano visual de estos personajes redunda en el tono uniforme de su vestimenta (algo que no sucede en el bando persa), de su milimétrica preparación de cara a la batalla y en general en el aire organizado con la que nos son presentados los personajes. La principal variación la encontramos en el prólogo, donde el tono oscuro que luego presidirá la descripción del bando enemigo es aprovechada para recrear las titánicas exigencias de los espartanos para aceptar a sus propios hijos como iguales: Asesinados nada más nacer si no pasan un “examen” físico (estupendo el detalle del suelo plagado de calaveras de antiguos niños “desechados”), abandonados a su suerte a los pocos años de edad para ver si logran sobrevivir a unas condiciones casi infrahumanas, etc. Es como si el filme nos dijese en el apartado visual que los espartanos ya superaron el estado actual del enemigo y eso les coloca con cierta ventaja.

LOS PERSONAJES

El personaje que funciona como pilar de la cinta es el rey espartano Leonidas, inteligente estratega, insuperable jefe militar y una máquina de matar en el cuerpo a cuerpo. El escocés Gerard Butler, cuyo trabajo más recordado hasta le fecha es su más que aceptable caracterización como el Fantasma de, valga la redundancia, “El Fantasma de la Ópera”, tira de la fórmula empleada por Russell Crowe en “Gladiator”, es decir, potenciar el carisma por encima del empeño interpretativo. Lo que sucede es que Butler no está al nivel del protagonista de la estupenda “El Dilema” en ninguno de los dos apartados, lo cual se traduce en un trabajo bastante correcto, pero sin grandes alardes más allá de las prestaciones físicas que exige la película. Cierto es que es el único que consigue imprimir cierto sentimiento (el gran problema de la película es que falla sobremanera en este punto) a su personaje en algunos momentos, pero se echa en falta más arrojo psicológico y menos descarga de testosterona.

Más desdibujados quedan el resto de integrantes de los 300 espartanos (si es que llega a haber tantos, porque nunca dan la sensación en el campo de batalla de ni tan siquiera superar la centena), en general abocados a meros clichés de soldados aguerridos dispuestos a dar todo por su patria. La principal salvedad está en el personaje de David Wenham (recordado por su Faramir en “El Señor de los Anillos”), ya que la cinta se aprovecha del mismo para desempeñar, vía voz en off, la labor de narrador del cómic en una decisión bastante acertada. Otro aspecto curioso es la inclusión de un padre y su hijo para desarrollar la relación entre ambos sin caer en el tópico más cansino y apenas parándose en situaciones puntuales en la misma. No es que sea ningún prodigio, pero tampoco busca serlo. El resto se limita a lucir físico y a repetir de forma constante un grito de guerra no muy inspirado (aunque siempre mejor algo así que el vergonzante “¡honooor!” de “El Rey Arturo”).

Uno de los más destacables es Jerjes, el jefe supremo de los persas que actúa como un Dios en la tierra, pero la mezcla de su voz de doblaje y cierto amaneramiento chocan con su aire de superioridad. No es que la película no se encargue de exagerar de su presencia física modificando la altura real de un irreconocible Rodrigo Santoro (saca una cabeza o más a Gerard Butler cuando en la vida real apenas hay 2 escasos centímetros de diferencia a favor del brasileño) y ubicándolo en una especie de descomunal trono móvil, pero parece querer abarcar las dos concepciones del personaje: La propia como una persona con un gran poder divino (que a saber para qué utilizará realmente…) y la del bando espartano como enemigo poderoso pero batible. De no ser así cuesta entender las contradicciones que presenta la película en la definición de un personaje que Santoro controla con eficacia.

La presencia femenina en el cómic de Miller era bastante anecdótica, pero el filme crea una línea narrativa alrededor de la reina espartana que justifica hablar un poco de Lena Headey. Condenada en los últimos años a papeles de escasa consistencia (e interés) en cintas como las estimables “El Juego de Ripley” o “El Secreto de los Hermanos Grimm”, en “300” cuenta con un rol más aguerrido que debe luchar por los intereses de su esposo en su ausencia. Veo indiscutible la serena belleza que luce en la cinta como la reina Gorgo, pero sobre su actuación tengo mis dudas, ya que el guión se apoya en los típicos (y ya cansinos) parámetros de corrupción política en la subtrama que ella controla (y que encima luego resulta que no ha llevado a ninguna parte) y la relación entre ella y Butler no consigue transmitir casi nada (y eso que Snyder no se corta en tirar del recurso de la épica del ralentí para el folleteo de despedida entre ambos). Es como si a la propia película le molestase contar con una presencia femenina destacable más allá de potenciar la belleza de Headey. Una pena.

Dentro de la subtrama política cabe destacar la presencia del televisivo Dominic West (impagable su McNulty, el policía protagonista de “The Wire”, tan esencial como poco conocida pro estos lares) como Theron, político que controla el senado espartano y firme opositor a apoyar a Leonidas en su contienda con los persas, ya que su arribismo y las ganas de hacer suya a Gorgo casi le hacen más partidario de la victoria del enemigo. No es un personaje con demasiados matices, ya que cumple al dedillo los rasgos más comunes de la previsible manzana podrida del cesto del dechado de virtudes de los héroes de la función. West cumple con oficio con su personaje, aunque uno echa en falta mayor empeño del libreto (no hay que olvidar que esta parte de la película ha sido creada ex professo para el filme) en dotar a su personaje de mayor interés. Otra oportunidad malgastada.

OTROS DETALLES

Una de las reacciones más chocantes que ha provocado “300” son las críticas que el gobierno iraní ha vertido sobre la película por ser un ataque contra la cultura de su país, en una especie de rabieta contra la situación actual en la que Bush señala a ese país enemigo. No hay que ser ningún lince para darse cuenta que la forma en al que el filme nos presenta a las hordas persas son una clara deformación de la realidad, porque, como ya he comentado, “300” no es una fidedigna representación histórica, sino una adaptación del prestigioso (y, a mi juicio, sobrevalorado) cómic de Frank Miller en el que importaba más la poética de la épica a la coincidencia con la realidad (aunque la cinta deforma más este punto). El gran problema de esa interesada lectura de “300” es que la intencionalidad de la película rehuye su vertiente histórica en aras del espectáculo audiovisual de primer orden. ¿Qué se puede criticar la película por eso? Pues sí, ya que razones peregrinas para destrozar películas las hay a mansalva.

En la línea de la crítica anterior hay que señalar que el mensaje que propone “300” está muy lejos de la típica corrección política que tantas alabanzas desata en películas como la aceptable “Crash” o la mediocre “Babel”, donde parece imposible encontrar un personaje realmente negativo, pues todos son buenos o cuentan con un razón de peso que sino legitima sí excusa el comportamiento de los personajes. Lo que sucede es que “300” propone una glorificación de la vía militar como forma de defender la paz y en estos tiempos parece pecaminoso no atacar con saña todo aquello que proponga esto. No obstante, nos encontramos ante una manipulación extrema de la realidad que busca con más ahínco su fuerza visual que ofrecernos algo con chicha por parte de un guión con notables y numerosas carencias. ¿Mensaje reaccionario y quizá algo fascista? Posiblemente, pero hay que saber ver las virtudes que nos ofrece la película y no dejar que nos ciegue completamente un detalle secundario.

Otros asuntos más interesantes relacionados con “300” se encuentran en aspectos como su banda sonora, obra de Tyler Bates. La particular mezcla de elementos orquestales, corales o riffs de guitarra (a mi juicio las que más lucen en su conjunción con las imágenes) produce un curioso efecto sonoro que oscila entre lo moderno y la música con raíces étnicas. Lo malo es que en varias fases de la película su utilización recuerda a la de otras cintas de temática (relativamente) similar como “Gladiator”. Sólo cuando apuesta por la contundencia en concordancia con lo que estamos viendo consigue lucir una auténtica personalidad propia. Ojo, no quiere esto decir que su uso no funcione, pero cuando una película pretende ser lo nunca visto hasta ahora no es muy excitante que su banda sonora nos traiga, en muchos momentos, a la cabeza otros filmes.

Llamativo resulta el vestuario, predominando los taparrabos y las capas (amén del yelmo de turno) en el bando espartano para resaltar el aspecto sobremusculado de esos personajes (no por nada se sometieron a un notable entrenamiento previo al rodaje). Por su parte, los ropajes del bando persa son más abundantes (curiosa la semejanza entre los inmortales y el personaje de Edward Norton en “El Reino de los Cielos”), siendo la principal excepción entre los enemigos está en la peculiar vestimenta de Jerjes, con más abalorios y piercings que ropa en su cuerpo (curiosamente también un taparrabos y una capa, en una especie de equiparación con los espartanos), algo que acrecienta la carga homosexual de este personaje.

Los efectos visuales son uno de los principales vértices de “300”, tal y como ya he ido desgranando hasta ahora, pero hay un detalle que multiplica los méritos de los mismos. La cinta de Snyder ha contado con apenas 60 millones de dólares (dicho en seco suena a mucho, pero la lamentable “Poseidón” casi triplicaba esa cifra y sus efectos palidecían de envidia ante los de “300”) y casi la totalidad de los planos han sido retocados a posteriori siguiendo una técnica similar a la empleada en “Sin City”. La labor de Chris Watts resulta decisiva para la creación de ciertas criaturas que pueblan la película, del estilo el exagerado lobo de los primeros minutos de metraje, los exagerados monstruos persas o el jorobado Efialtes, un espartano que debió ser “desechado” siendo bebé que agudiza la sensación extremista que ofrece la película en todos sus frentes, ya que da a entender que los espartanos sólo pueden ser musculosos superhombres o malformaciones andantes. El punto medio no existe.

CONCLUSIONES

“300” es una película (relativamente) revolucionaria a nivel visual, con múltiples detalles estimulantes y determinadas escenas logradas, pero en el fondo no es más que una fantasmada descomunal que estira más allá de lo permisible la simplista historia del cómic de Frank Miller, amén de introducir una subtrama que no ha sido bien desarrollada. Al final lo que queda es un entretenimiento bastante recomendable si uno sabe lo que una cinta de estas características propone, pero queda muy lejos de ser una gran película.